Los acontecimientos de nuestra vida pueden determinar nuestra salud. Un trauma o vivencia estresante como a las que nos está enfrentando el covid-19 no solo nos afectan psicológicamente sino que pueden desencadenar enfermedades autoinmunes.
¿Por qué a los veteranos de guerra estadounidenses se les diagnosticaban más enfermedades autoinmunes que a otros grupos de población? La relación directa entre el trastorno de estrés post traumático y este tipo de patologías se conoce desde hace años. Sin embargo, estudios más profundos han determinado que el acontecimiento traumático pueden ser experiencias de la vida diaria menos extremas pero con gran impacto emocional y estas puede aumentar hasta un 50 por ciento la probabilidad de padecer una enfermedad autoinmune.
En este sentido, como sociedad estamos sufriendo acontecimientos dolorosos e inesperados a causa del covid-19. La distancia respecto a familiares enfermos o fallecidos, la dificultad para elaborar un duelo o la propia amenaza de contagio, son situaciones no solo traumáticas sino que nos están enfrentando a lo desconocido y suponen un cambio cultural al que no estamos acostumbrados. Todavía no conocemos qué efectos colaterales puede tener la pandemia y lo veremos con los años, pero esta relación entre estrés y trauma con las enfermedades autoinmunes ha de tenerse en cuenta.
En 2018, el Journal of the American Association publicó un estudio realizado en Austria entre una población de más de 100.000 personas y en el que se tuvieron en cuenta factores familiares. EL objetivo de este estudio era el de evaluar la relación ente diferentes trastornos relacionados con el estrés y la aparición posterior de enfermedades autoinmunes.
Nuestro sistema inmune responde a las señales de sufrimiento del organismo. Si bien su función es mantener nuestra integridad frente a agresiones externas o provocadas en alguno de nuestros sistemas, lo cierto es que falla en mayor medida cuando una persona se ha sometido a niveles de estés. En concreto, se han identificado 41 enfermedades autoinmunes que pueden aparecer con mayor probabilidad como la artritis reumatoide o la celiaquía.
Pero ¿cuál es la relación entre el fenómeno psíquico y la enfermedad física? Está demostrado que una alteración psíquica puede conducir a la producción de citoquinas inflamatorias y el desarrollo de enfermedades autoinmunes. Si se controla la inflamación y el factor de activación de células B (BAFF por sus siglas en inglés), podemos evitar la aparición de una enfermedad autoinmune.
Por otra parte, el estrés también puede reducir la respuesta inmune y reducir la respuesta de los linfocitos o de las células llamadas natural killer, provocar un descenso de la IgM y de la respuesta humoral a la inmunización.
La expresión de las emociones también es un factor que puede protegernos. Hay una relación estadística entre la alexitimia – incapacidad para expresar lo que nos sucede- y enfermedades como el lupus eritematoso sistémico.
¿Cómo podemos romper la relación entre un factor estresante y la enfermedad autoinmune?
Una de las medidas preventivas más eficaces es el tratamiento psiquiátrico posterior al acontecimiento estresante. Si se prescriben antidepresivos, inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, en el primer año tras el diagnóstico, se reduce el riesgo de enfermedad autoinmune e incluso se reduce en relación a la población que no padece este tipo de trastornos.
Desde Biosalud Day Hospital siempre realizamos un diagnóstico multi factorial de las enfermedades autoinmunes y no nos olvidamos del enfoque psicosomático, tan importante. Esta orientación nos ayuda a tener en cuenta el factor psicológico a l ahora de elaborar la historia clínica ya que en muchas ocasiones nuestros pacientes solo asocian acontecimientos que pueden constituir un trauma o el estrés, cuando hacemos las preguntas adecuadas en la consulta.
Los hábitos de vida y el soporte de profesionales de la psicología también son factores de prevención. Si logramos que una persona mantenga la estabilidad emocional con apoyo, actividad física y una alimentación adecuada, podemos prevenir enfermedades o mejorar la calidad de vida de los pacientes, reduciendo efectos inflamatorios o previniendo brotes sintomatológicos.
¿Cómo nos afecta el estrés agudo durante la pandemia?
Las personas que más han podido sufrir, o están sufriendo cuadros de estrés agudo, son las que trabajan en la sanidad. La organización de los recursos humanos y materiales en el ámbito de trabajo o el factor humano – relación con pacientes y familiares – o la obligación de tomar decisiones críticas de forma ágil son factores estresantes que pueden evolucionar, desde el estrés agudo hasta un trastorno de estrés postraumático – PTSD por sus siglas en inglés- y otras patologías.
Sin embargo, esta no es la única población de riesgo. Todas las personas que trabajan en contacto cercano con otras personas y que estuvieron en sus centros de trabajo incluso durante el confinamiento y por tanto, más expuestas, viven estas situaciones con un miedo mayor.
Para toda la población, los factores estresantes pueden comprender desde los propios cambios de hábitos, los constitutivos retrasos en el fin de la cuarentena, la información contradictoria, la pérdida de trabajo…
Los síntomas del estrés agudo se dividen en diferentes categorías:
- El estado de ánimo: los pacientes son incapaces de vivir sensaciones y emociones placenteras y positivas y están sumidos en una «nube negra» de la que no se ve salida.
- Intrusión y evitación: es paradójico pero por una parte hay recuerdos intrusivos sobre los acontecimientos estresantes y que no se pueden controlar y, de forma voluntaria, queremos evitar pensar o entrar en contacto con los lugares y personas con quienes hemos vivido esos acontencimientos.
- Alerta: el estrés agudo nos pone en un estado de alerta que deriva en alteraciones del sueño, hipervigilancia, problemas de concentración o irritabilidad.
- Disociación: una persona con este trastorno puede incluso llegar a tener un sentido de su realidad alterado y no recordar o reconocer ni aspectos de si misma ni del acontencimiento vivido.
Las diferencias entre trastorno de estrés agudo y de estrés postraumático son que, en el primer caso, no es necesaria la concurrencia de todos los síntomas para su diagnóstico y puede aparecer entre el tercer día y el mes tras el acontecimiento. Por otra parte, no hay una causa única que desencadene los acontecimientos. Entre los factores de riesgo para padecer ambos trastornos se encuentran:
- El estrés adicional que sufrimos por otros motivos, algo que ha sucedido a consecuencia de la pandemia (por ejemplo, estés en el trabajo y duelo por la pérdida de un ser querido en condiciones de confinamiento)
- La duración del acontecimiento, como ha podido suceder con los trabajadores sanitarios día a día.
- Condiciones previas como los traumas de infancia o el género – las mujeres tienen más probabilidades de desarrollar estas patologías-
- El apoyo social, emocional o profesional tras la vivencia del evento, fundamental para ubicarnos en el «aquí y ahora» de una forma sana.
Como decíamos anteriormente es importante actuar a tiempo al nivel psiquiátrico y psicológico para evitar que esos síntomas deriven en consecuencias para nuestro organismo y, en concreto, en enfermedades autoinmunes en el futuro.