La intolerancia a la lactosa es un problema de salud que tiene que ver con nuestra evolución como especie y el lugar en el que hemos vivido. De hecho, a nivel mundial, lo raro es ser tolerante a la lactosa.
Entre el 30 y el 50 por ciento de la población europea es intolerante a la lactosa. La sensibilidad a la proteína de la leche, se distribuye no obstante de manera peculiar: es mayor conforme viajamos del norte al sur del Viejo Continente y la “culpa” la tiene una enzima, la lactasa.
El cuerpo humano deja de producir esta proteína cuando termina el periodo de lactancia. De esta forma, la leche materna solo está disponible para los pequeños que la necesitan. Esto ha sido así de manera evolutiva, cuando crecemos, nuestro intestino deja de producir lactasa. Esta característica genética de la especie humana tiene excepciones ya que la evolución humana permitió que, gracias a una mutación genética, miles de personas pudieran comer lácteos, su única fuente de alimentación animal.
Imaginemos un entorno carente de productos agrícolas y con un escaso ganado ¿qué comían antes, lo productos derivados de la leche o al ganado? Así sucedía en los países del norte de Europa hace miles de años, donde la tierra fría no permitía los cultivos. Si salimos del continente europeo, vemos como esta intolerancia puede alcanzar casi al 100 por cien de la población en las zonas más al sur de Latinoamérica, África y Asia.
Los síntomas de la intolerancia a la lactosa
La intolerancia a la lactosa tiene síntomas de intensidad variable. De hecho, muchas personas nunca llegan a saber que son intolerantes a la lactosa y otras, reaccionan casi de forma alérgica. Aunque la intolerancia no es una alergia.
Algunos de los síntomas más comunes son: gases y flatulencias, retortijones, hinchazón de estómago, sensación de mal estar, cansancio, problemas cutáneos, nerviosismo,….. Todos estos síntomas vienen derivados de la ingesta de alimentos que contienen lactosa.
¿Cómo podemos saber si somos intolerantes a la lactosa?
Alimentos tales como queso, yogures, helados,…. son algunos ejemplos de productos que la contienen. Pero no son solo los derivados de la leche, la lactosa puede estar presente en carnes y embutidos, snacks, galletas, sopas de sobre y preparados similares o en productos elaborados con harinas procesadas.
La lactosa es un azúcar presente en la leche de los mamíferos y está formado por dos moléculas, galactosa y glucosa. A muchos alimentos procesados se les añade éste azúcar y que, por lo tanto, también pueden provocarnos los síntomas citados anteriormente. Por eso es tan importante leer el etiquetado de los alimentos y evitar procesados.
Pero si sabemos que la lactosa puede provocar estas reacciones, ¿por qué se utiliza para la producción de alimentos? La industria alimentaria conoce todos los secretos de la química que permite la conservación de alimentos e incluso su atractivo. Por ejemplo, en los embutidos la lactosa favorece la fermentación y oculta el sabor desagradable de otras sustancias añadidas para la producción; aporta sabor a los snacks o textura a las sopas y purés envasados.
En numerosas ocasiones no identificamos los síntomas de intolerancia a la lactosa con la alimentación. Si seguimos una dieta variada, ingerimos todo tipo de sustancias y moléculas y puede ser difícil saber si el alimento que nos está provocando las molestias es uno u otro.
Por otra parte, las molestias leves que sentimos pueden no suponer un problema y nos acostumbramos a vivir con esos síntomas. Y además, la intolerancia se pude adquirir con el tiempo.
En este sentido, tenemos que diferenciar entra la intolerancia primaria o hereditaria la intolerancia adquirida. La primera es la más común y la que viene determinada por nuestra genética. De hecho, esta intolerancia es un síntoma hereditario y se puede transmitir a los miembros de la familia aunque solo se presenta cuando pasan los años, conforme disminuye la actividad de la lactasa.
Si no es hereditaria, la intolerancia a la lactosa puede haberse adquirido con los años y, en muchas ocasiones, relacionada con una operación y patologías como la enfermedad de Crohn o la enfermedad celíaca.
Sin embargo, dejar de consumir lácteos no es algo que deba hacerse a la ligera: la lactosa contiene vitamina D, ayuda a absorber el calcio y refuerza el sistema inmunológico. En cualquier caso, si somos intolerantes a la lactosa, hay mucho que podemos hacer por recuperar la funcionalidad de nuestro organismo y reducir la sensibilidad a este azúcar, por ejemplo, con un tratamiento natural como los que desarrollamos en Biosalud Day Hospital.